Las 3 cosas que solo los emprendedores de verdad tienen

Se dice que el ser-emprendedor se trae en la sangre pero paradójicamente se piensa también que cualquier persona puede serlo. O por lo menos así nos lo han enseñado desde las escuelas de negocios y a partir del impulso en los últimos años de incorporar en la currícula escolar la necesidad de emprender. Ahora es común que ya desde la preparatoria, los estudiantes tengan una materia llamada Proyecto emprendedor o Desarrollo de negocios en las que deben generar un Plan de Negocios, con su misión, sus valores, su modelo de negocio, sus proyecciones y otras cosas más.

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Es así que al tener s uno ya se puede comenzar a sentir emprendedor porque, por lo menos, se tiene una estructura de trabajo y una idea concreta de cómo podría ser realidad. Sin embargo, el problema de las escuelas de negocios, en su mayoría sino es que en su totalidad, es que siguen tratando al emprendimiento como una serie de instrumentos teóricos para la eficiencia y el éxito y no como un conjunto de guías prácticas para las dificultades propias del mundo real. Y por lo mismo, es hasta el tercer o cuarto emprendimiento que el emprendedor tiene conocimiento de causa de qué hacer, qué no hacer, de cómo avanzar y de saber en qué falla uno. Esta es una regla medio implícita del famoso , en la que el fracaso de es el estándar para todo emprendedor que finalmente consigue un , el cual será después de mucho esfuerzo sujeto a ser financiado por Fondos de Inversión y Capital de Riesgo. 

Y es justamente esta condición la que hace que lo que enseñan en las Business Schools se queda muchas veces corto, en especial cuando el recién egresado –flamante emprendedor–  se enfrenta a la vida real. En la escuela no se enseña al fracaso pero por lo mismo, no se aprende qué hacer cuando tiene un descalabro.

El fracaso del emprendimiento en la vida real es tan cotidiano que las escuelas de negocio deberían de prepararte para ello. No obstante, como este no es el caso, debe ser la misma experiencia y el tiempo lo que genera este conocimiento. Claro está, después de muchos pesares y sufrimiento.

Con el tiempo, la experiencia genera tres herramientas que ni la mejor escuela de negocios o libro puede enseñar:

1. Olfato

2. Resiliencia al fracaso

3. Cinismo

¡Qué fácil sería si pudiéramos aprender estas tres herramientas al ver un , leer un libro de o atender a la Masterclass de emprendimiento de alguna incubadora! Pero como esto no es posible, tendremos que cometer nuestros propios errores para que la experiencia haga su trabajo. 

1. Olfato

Después de fracasar en el primer emprendimiento o en el segundo, la experiencia le enseña al emprendedor, en carne propia, una de las lecciones más importantes que jamás aprenderá: las ventas son las reinas de la empresa y todo lo demás, sale sobrando. Que lo más importante sea vender no quiere decir que el impacto social, la calidad del producto, la atención al cliente no tengan un peso importante. Sin embargo, dedicar tiempo preciado en escribir misión, valores, visión y otras trivialidades en vez de la venta, es realmente trágico. Y más triste es saber que esta lección no es tan común como uno lo pensaría cuando a uno le enseñan a emprender.

En cambio, los primeros pasos de todo manual para poner una empresa es detallar cuál es la misión y valores de la empresa. ¡Y qué deprimente es leer misiones y visiones repletas de palabrería como “Somos un grupo de profesionales que ofrecerán la más alta calidad…”! Peor aún es avisar al púbico que los valores de la empresa serán “…con honestidad y ética de trabajo…”.

Es triste porque, por regla general, hablar es mucho más fácil que actuar, y se puede hablar muy fácilmente de “calidad”, de “compromiso” y de todo tipo de valores dentro de tu misión pero cuando realmente tu trabajo lo demuestre, ni siquiera tendrás que decirlo porque será evidente tu calidad, tu honestidad o tu profesionalismo.

La palabrería hace mucho daño a los proyectos cuando el emprendedor gasta tiempo en ella en vez de generar ventas, diferenciadores y atributos de valor, redes de clientes, etc. Y el mayor problema de todo esto es que la única forma de darse cuenta de lo mucho que carece de importancia esta palabrería es con la experiencia -con la caída de dos o tres empresas en las que se dedicó tiempo a ello-. El olfato que se genera con la experiencia enseña al emprendedor que lo más importante de una empresa no es “ser referente”, o “ser líder en la industria” o “llegar a todo el mundo en 5 años” sino vender, vender y vender. Las empresas que no venden, cierran sí o sí. Las empresas que venden pueden ir por mal camino pero tendrán siempre tiempo para ajustar y mejorar. Por ello, la primera regla de emprender debe ser vender. Después viene todo lo demás. ¡Aprende a vender! Sean productos tradicionales, sean productos innovadores, sea impacto social, sea fair trade o lo que quieras.

“Si nos enseñaran esto antes de hacer planes de negocio y proyecciones de venta, tal vez no sea necesario cerrar 3 o 4 empresas antes de tener una con éxito”.

2. Resiliencia al fracaso: aprender y seguir

Se dice en el ecosistema emprendedor que la currícula académica en las escuelas de negocios debería incluir una materia para poder aceptar el fracaso como forma de vida cuando uno quiere ser emprendedor. ¿Por qué? Porque es muy difícil, en verdad casi imposible, que a la primera vez salga el proyecto a la perfección. En cambio, lo que cualquier emprendimiento tiene por seguro es el tropezar, caer y verse en la necesidad de volver a levantarse.

Se argumenta que en sociedades en donde el fracaso de un proyecto es visto de forma tan negativa como lo puede ser en las sociedades latinoamericanas (en comparación con la aceptación del fracaso como forma de vida imperante en ecosistemas como el de Silicon Valley), es más difícil crear emprendimientos por el mismo temor social de verse menos. Es similar a decir que la única forma de quitarle el miedo a las caídas, es volverse a subir al caballo, lo cual tiene de fondo un aprendizaje un tanto simplista pero al mismo tiempo muy útil: por un lado, nos dice que uno se acostumbra al dolor, a los moretones y los raspones y al mismo tiempo, uno aprende que el dolor real no es tan fuerte como lo fue el miedo. Con tanta caída y fracaso, nos sale callo y nos hace más fuertes. Cada caída nos hace aprender a adaptarnos y por lo tanto, a ser más resilientes.

3. Cinismo

Que la vida nos haga más cínicos, es indudable. Quizás por eso vemos menos soñadores llenos de ideales de edad avanzada. Sin embargo, también por ese cinismo somos capaces, al sumar años a nuestro portafolio, de encontrar atajos para llegar más rápido a nuestros objetivos. El cinismo aquí funciona como una herramienta que nos lleva al terreno puramente práctico, lejos de lo teórico, con lo cual se puede evitar algunos dolores de cabeza. Cinismo no significa un tipo de escepticismo ni un tipo de desprecio sino una implícita incredulidad que nos hace tomar caminos muchas veces más directos.

No hay que olvidar que el cinismo es útil para el emprendedor al ser este un producto de la experiencia pero deja de ser útil si este es un producto de la actitud del emprendedor. Que un joven sea cínico rompe exactamente con el espíritu emprendedor del soñador que rompe barreras y supera obstáculos. El cínico por actitud, seguramente, no llegará siquiera a comenzar su proyecto. El emprendedor que adquiere un poco de cinismo con la edad, será capaz de encontrar atajos con socios, evitar clientes difíciles, reducir tiempos de reuniones sin futuro, etc.